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Generalmente, los álbumes homónimos son los debuts. Llevan el nombre del artista porque son su carta de presentación, su irrupción al mercado, el primer acercamiento a su esencia. Pero que sea tu tercer álbum el que lleva tu nombre tiene otro tipo de peso, como es el caso de Lianne La Havas, un CD catártico que busca exorcizar no sólo una relación fallida, sino un album que no la satisfizo.
En 2015, tras el lanzamiento de Blood (su segundo album), La Havas declararía que no se sentía representada por el álbum. Creado con un equipo de pesos pesados entre los que se encontraba Paul Epworth (Adele, Florence + The Machine), Blood era un CD mucho más bombástico que su debut, construido para una artista lista para los estadios en vez de para la respuesta británica y milenial a Alicia Keys que sugería su debut Is Your Love Big Enough?
Producido por ella misma y Matt Hales (productor del primer album), LLH es una declaración de autorrealización e autenticidad, La Havas mantiene el timón fijo y nunca se aleja de lo que se espera de ella, incluso cuando invita a talentos más «innovadores» como Mura Masa en Can’t Fight. El resultado es entonces un disco mucho más cohesivo que sus predecesores, construido sobre tres pilares: el soul de su voz, la guitarra punteada y la percusión al frente; que transcurre sin sobresaltos hasta Sour Flower, un ejercicio de experimentación que, si bien no suena fuera de lugar, tampoco lo haría dentro de grae de Moses Sumney, y que a sólo un tema del final te hace pensar que si bien LLH es un buen disco, hay otro todavía mejor ahí afuera, justo al alcance de La Havas, si sale un poco más de su área de confort.
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