Llovía en Asakusa mientras nos preparábamos para dejar el hostel e ir a a la estación de Tokyo para tomar el Shinkasen a Kyoto.
Habíamos averiguado cual era la mejor forma de trasladarnos internamente, si avión o tren, pero finalmente el tren terminó ganando por varios factores:
- La novedad de usar los famosos tren bala japoneses;
- Llegar a la estación de trenes era más rápido que al aeropuerto;
- No teníamos que llegar con anticipación por el check in;
- EL PRECIO.
Resulta que, averiguando, dimos con la opción del JR Pass, un pase con el cual uno puede utilizar los trenes de larga distancia de manera ilimitada por una cierta cantidad de días. Las opciones son por 7, 14 o 21 días, a ¥29.650, ¥47.250 y ¥ 60,450 respectivamente. Al igual que los pases por horas de los transportes locales de los que hablamos en el primer posteo, estos pases cuentan el tiempo desde el momento en el que se usan por primera vez, con lo que a nosotros la opción de 7 días nos venía perfecto.
La cuestión es que llegamos temprano a la estación central de Tokyo y aprovechamos para comprar unos bentō para el almuerzo, ya que el mediodía lo íbamos a pasar viajando. Los bentō son raciones de comida preparada para llevar que suelen incluir arroz, alguna carne y una guarnición. Nosotros elegimos una de katsudon (sanguche de cerdo rebosado), con un postre que nos parecía demasiado bizarro para no probarlo: Sanguchitos de miga de crema y fruta (?).
Llegamos a Kyoto poco después del mediodía y fuimos de una al hostel. Kyoto es una ciudad con muchísimas cosas que hacer, pero bastante chica, y en general todo lo que hay que hacer se puede dividir por punto cardinal y hacer uno al día, así que Piece Hostel Sanjo, súper céntrico y con desayuno incluido.
Algo que notamos cuando nos tuvimos que trasladar en los subtes hasta el shinkasen y después hasta el hostel es que la infraestructura está buenísima pero hay muy pocos ascensores, así que tuvimos que andar con las valijas a cuestas por todo lados. Por suerte, el hostel también tenía onigiris y limonada libre, así que repusimos fuerzas mientras marcabamos en el mapa los sectores que íbamos a visitar.
Elegimos para la tarde empezar por el norte, donde sólo había un punto de interes, Kinkakuji 金閣寺 o el Golden Pavilion. El desafío para llegar era que no hay un subte que te lleve, así que teníamos que aventurarnos a tomar el bondi. Por suerte, habíamos sacado un router portatil en el aeropuerto, así que podíamos usar google maps.
Superada la prueba, caminamos el último tramo. Ya eran las 4 o 5 de la tarde, y de repente empezamos a ver nenes muy chiquitos caminando sólo por la calle. Una en particular no tenía más de 4 años, y en nuestras mentes argentinas no entraba la posibilidad de que estuviese sola, aunque era cierto que esas calles, con poco tráfico y llenas de altares, tampoco nos parecían peligrosas.
Mientras hablábamos sobre eso llegamos al Golden Temple, un templo de tres pisos construido en 1397 dentro de un jardín de 60.000 m2 a la vera de la laguna de Kyoko-chi. La imagen del pavilion con sus dos pisos superiores recubiertos de hojas de oro puro reflejándose en las aguas es una de las postales típicas de Japón.
El recorrido por el predio es breve y realmente no hay mucho que hacer salvo sacar fotos, por lo que es ideal para algún día donde se esté justo de tiempo.
Una vez terminada la excursión, nos dispusimos a cumplir con nuestro siguiente objetivo y capaz el más importante del día: Compensar el fiasco que nos habíamos llevado con el sushi la primera noche. Así, volvimos al centro en dirección al Nishiki Market.
Nishiki Market es un mercado con un formato bastante común en Japón, calles que forman parte de la cuadrícula de la ciudad pero que en ciertos tramos se hace peatonales y están techadas. Ésta en particular es la más importante de Kyoto para comida y artesanías (sobretodo cuchillos).
Caminamos entonces por el mercado comprando boludeces hasta llegar al Río Kamo, y ahí a la orilla cenamos en Kaitenzushi Chojiro Shijo-Kiyamachi.
Los sushi giratorios son de las cosas más divertidas de japón. Por una banda transportadora van circulando platos de colores con dos a cuatro piezas de sushi, uno agarra los platitos que quiera comer, y al final de la comida te cobran segun cuantos platos de cada color tenés. Nos sentamos justo delante de uno de los sushiman, que cuando nos escuchó a hablar en castellano nos empezó a hablar en inglés, y nos dió charla durante la cena. Nos contó que los niños que veíamos caminando solos por la calle era por una costumbre típica japonesa que buscaba inculcarles a ser conscientes de sí mismos y no depender de otros desde chiquitos, y nos recomendó uno de los platos más raros que habíamos dejado pasar varias veces y no nos quedó otra que aceptar por cortesía.
El plato tenía tres piezas. Sole tenía más problemas con la comida, así que fue la que eligió, así Ale fue con uno que tenía directamente una cabeza entera de langostino, yo con uno con huevas coloradas que tenían gusto a cuando te revolea una ola en el mar, y ella se quedó con el que parecía más inofensivo, una pasta naranja que resultó ser erizo de mar y el peor de los tres. Por suerte nuestro nuevo amigo nos regaló unas lonjas de kobe para probar y limpiar el paladar, y cuando pagamos nos explicó también que no había que dejar propina, porque no sólo no era costumbre sino que se podía considerar insultante.
Cerrado el primer día en Kyoto, volvimos al hostel porque el día siguiente, ya sabíamos, iba a ser el más movido de la estadía.
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